viernes, 18 de enero de 2013

Michael Haneke, o la madre que lo parió

Hace bastante tiempo ya vi una película que me conmovió bastante. De un modo podríamos decir positivo, pero tampoco mucho, pues acabé llorando como una magdalena en el final (soy un tipo sensible) y no es que éste fuera particularmente alegre, al contrario. La película en cuestión se llamaba Dejad paso al mañana, y fue dirigida en 1937 por Leo McCarey, cocinero de la grandiosa Sopa de ganso de los Hermanos Marx. La cosa iba de dos viejecitos adorables que se veían arruinados y deshauciados, y que habían de pedir ayuda a sus hijos. Éstos, no tan capullos como podría parecer, sólo se podían encargar individualmente de alguno de los dos progenitores, por lo que los dos viejecitos adorables debían de separarse tras haber pasado la mayor parte de su vida juntos. Y bueno, eso es un maldito dramón. En la última escena, la de la estación de tren, cuando ya te habías encariñado rabiosamente con los dos viejecitos adorables, es que ya no podías más, hundido sin remisión en la amargura y el llanto. Una delicia de película. 
   Con el último trabajo de Michael Haneke y la nueva pesadilla hipster de la temporada, me esperaba una suerte de revisión, a la europea (esto es, mucho más chunga y pedante), de esta peliculita de la que parece todo el mundo se ha olvidado. Con mucho plano fijo y mucho silencio, pero básicamente un Dejad paso al mañana 2.0. Pasaba por alto que era Michael Haneke quien, con su mirada torva y envidiable salud capilar, se sentaba en la silla del director. Garantía de que no ibas a esbozar una maldita sonrisa en toda la proyección, y de que al final de ella acabarías por suicidarte de un modo iracundamente poético y transgresor, o por ver La que se avecina. Una de dos.

No sé vosotros, pero a mí este hombre me da miedo. Mucho miedo

   Hablamos del tiparraco que dirigió Funny Games, esa película ideal para ver en familia y con un cartón lleno a rebosar de palomitas de colores, que nos hizo suspirar de admiración por vez primera al observar el peinado de Michael Pitt. Hablamos de un tipo de ésos tan europeos que lo ven todo negro, negrísimo, y que disfruta haciendo partícipe al espectador de esta pesimista visión. Haciéndole sufrir, agarrándole el corazón, arrancándoselo, arrojándolo al suelo y pisándolo con saña mientras éste lo contempla, pronto a morir o a desearlo para acabar, finalmente, con el dolor. Y encima la nueva película del amiguete responde al título de Amor. Es que es pa matarlo.
   La nueva pareja de viejecitos no es adorable en absoluto. Son dos ancianos melómanos que viven en un piso enorme y que dicen cosas como "Oh, maravillosa ejecución de las semicorcheas" al salir de un concierto, mientras caminan muy despacio y muy seguros de sí mismos. Partiendo de esta situación, resulta más doloroso si cabe todo lo que viene después, desencadenado con una escena magistral (hay muchas cosas magistrales en esta nueva tortura fílmica de Haneke), en la que la mujer, interpretada por una Emmanuelle Rivas simplemente inmensa, se queda en blanco durante unos minutos, y el marido, un Jean-Louis Trintignant que no le anda a la zaga a su compañera, intenta lograr que reaccione. De ésta se extrae, por cierto, la imagen del cartel de la película.


   A partir de ahí Haneke, cuyo nombre rima con majete, se marca un auténtico tour de force (qué francés y vanguardista me está quedando el articulico, ¿eh?) por ver la cantidad de sufrimiento que puede llegar a experimentar el espectador antes de salir echando leches de la sala, aunque fuera a la mitad de la peli, que es lo que tenía que haber hecho yo. La cámara, gélidamente tranquila, lo absorbe todo, sin filtro alguno, presentándonos la lenta muerte de la pobre Anne a través de planos larguísimos y agónicos, sin apenas música que los embellezca. El metraje de Amor estará constituido como por unos veinte planos, poco más, inmejorablemente encuadrados (eso hay que reconocérselo al director, gafas de pasta aparte), gustándome especialmente el inicial, que presenta la platea de un teatro, entre cuyo público debemos localizar a los dos viejecitos protagonistas. Un plano que dura como unos quince minutos, así a ojo.
   Está claro que Amor no resultaría tan dolorosa si hubiera sido dirigida de cualquier otro modo, o si no hubiera contado con unas interpretaciones del calibre que se aprecia aquí (¿por qué diantre no está nominado Jean-Lous Trintignant al Oscar?). Todo rezuma credibilidad, y de esa credibilidad emana esa angustia en la que Haneke, aunque parezca mentira, no se regodea lo más mínimo. No hay un solo giro efectista, ni una escena especialmente ideada para provocar las lágrimas (éstas son prácticamente constantes a partir de la segunda hora), tampoco un diálogo ejemplar que resuma lo que nos quiere transmitir el director. Sólo hay dolor, nada más. Un dolor que hace que te encojas en tu asiento, que tiembles, que apartes la vista en escenas como aquélla en la que la enfermera baña a Anne mientras ésta sólo balbucea "Duele, duele", o aquella otra en la que su marido le intenta dar de comer y beber ante sus mudas negativas. O, acabáramos, esa otra, sublime, en la que ella muere (sí, muere, y esto no es spoiler, es sólo una putada).


   En resumidas cuentas, ¿me ha gustado Amor? Pues poco importa verdaderamente, ya que gustar, lo que se dice gustar, no creo que le vaya a gustar a nadie. Me ha impactado, mucho, y me ha conmovido en el sentido más bestia y extremo. Tanto que ni siquiera me apetece burlarme de ciertos vestigios apestosos de cine de arte y ensayo que restan entre tanta miseria y sufrimiento, meadas fuera del tiesto que Haneke, y toda la caterva de cineastas europeos y transgresores que viene detrás, son proclives a cometer, para gustarse aún más así mismos. Bueno, sólo mencionar la escena de la caza de la paloma, sobre el final. Respecto a ésta, Haneke dijo que no significaba nada para él, pero que sí podía significar algo para el personaje de Georges o para el propio espectador. Ahí lo llevas.
   Aún así, que esta última y simpática gilipollez no os engañe. Amor es una gran película. Pero ni se os ocurra verla. En serio.

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