martes, 22 de enero de 2013

Psicoanálisis de un dependiente de videoclub

Precediendo el estreno y exhibición de lo nuevo de Quentin Tarantino los fans más interesados (que son muchos, afortunadamente) encontraron un par de vídeos polémicos que, quizá, aumentaron aún más sus ganas de ver la nueva burrada que el genio de Knoxville, Tenessee, había perpetrado. En uno salía Jamie Foxx, el susodicho Django al que el título hace referencia, hablando como un negro del GTA San Andreas, el cual tenía su gracia, porque, entre otras cosas, se metía con DiCaprio. El otro es más significativo a la hora de presentar la crítica, o pedante psicoanálisis, que pretendo realizar, y consistía en una divertidísima entrevista en la cual el propio Tarantino perdía los nervios cuando un periodista le preguntaba por la violencia en sus películas. Una cuestión que le llevaban planteando sin parar, como bien señaló el director, desde hace ya unos veinte años. "No soy tu mono, no tengo porqué contestar a tus preguntas". Carcajada terrorífica. "Pregúntale a Jamie Foxx". Muchos gestos y muecas. El periodista insistía, como era su deber, y el director iba enfureciéndose cada vez más, configurando una gran escena digna de figurar como prólogo (aunque no tuviera nada que ver, a él se la suele sudar estas cosas) de alguna de sus geniales películas o, más bien, pastiches cinematográficos.

"¡Que sí, que Star Trek es mil veces mejor que Star Wars, maldito motherfucker!"

   ¿Tuvo razón Tarantino al enfadarse, o quedó como un capullo? Pues, con toda la admiración que le tengo, y habiéndome reído un buen rato con sus ocurrencias, lo cierto es que sí, que quedó como un capullo. No en tanto a demostrar que estaba harto de la preguntita, sino a la impresión que dio. "Ya dije en su día lo que la violencia significaba para mí, y mi opinión no ha variado". Una forma como cualquier otra de decir "Yo ya mostré todo el potencial de mi cine en su día, y desde entonces no ha variado nada". Un significado oculto que sólo acabé por desentrañar cuando fui a ver, por fin, Django desencadenado.
   Al final de su película precedente, Malditos bastardos, el genial personaje interpretado por Brad Pitt aseveraba mirando a cámara que "ésta podría ser mi obra maestra", revelando obviamente el pensamiento de propio director, con el cual estoy de acuerdísimo. Y, así como Malditos bastardos es una grandísima película, Django desencadenado lo es también, pero arrastrando tantos fallos graves que la acaban hundiendo y poniendo delante, únicamente, de Death Proof dentro de la trayectoria tarantinesca. Lo cual, teniendo en cuenta que Death Proof es una soberana mierda que me duele incluir en el currículum de mi estimado director, no es demasiado meritorio.
   Y me da mucha rabia. Tarantino no parece haber hecho más que westerns desde que salió del videoclub,  westerns cojonudos y emocionantes, y ahora que se hace cargo de uno con todas las de la ley (bueno, que él llama southern, lo que quiera), me viene con esto. Una película de casi tres horas alargada hasta la saciedad, y algunos dirán en esto que Pulp Fiction o Malditos bastardos tenían una duración parecida. A esto simplemente argüiré que estas dos obras no se sostenían únicamente por cuatro personajes protagonistas, ni por una trama tan simplona y lineal. En éstas la estructura componía su propio y complejo entramado, con capítulos y demás, y no se limitaba a las simples aventuras de un par de personajes. Lo cual no estaría mal si no se tiraran cabalgando por ahí UNA HORA Y MEDIA antes de que apareciese el malo.

 

   El guión de Django desencadenado es de lo peor que ha escrito Quentin Tarantino. Punto. Y no es que sea malo, pues, como digo, lo ha escrito Quentin Tarantino. Pero es un caos. Un maldito caos hinchado y sobrecargado con multitud de escenas que no dicen absolutamente nada (diantre, Malditos bastardos tiene como el cuádruple de escenas menos), y que, sobre todo al principio, no hacen más que retrasar el auténtico meollo de la acción. Porque sí, son muy divertidas las primeras aventuras de Django y su amiguete alemán, como cuando la lían en el pueblo al que van a tomarse una cerveza, o se meten en la plantación con Django disfrazado de fantoche o, sobre todo, cuando aparece el Ku Klux Klan, en la que puede constituir la escena más claramente cómica que Tarantino ha escrito en su vida. Son unos momentos entretenidos, muy bien musicados (el director sigue siendo un especialista en introducir épica donde no la hay), y en los que saboreas con gusto la grandiosa interpretación de Christoph Waltz, que sí, que hace el mismo papel que en Malditos bastardos pero del lado de los buenos, pero qué papel, y qué modo de defenderlo. Este hombre es la elegancia personificada, y si se volviera a llevar un Oscar por su actuación no me quejaría lo más mínimo. Se lo merece todo. 
   A lo que iba. Así porque sí, Tarantino mete en esto un interludio en las montañas que no hace más que postergar el momento en el que los nuevos amigos deciden ir al encuentro de Leonardo DiCaprio, y que no aporta absolutamente NADA. Django perfecciona su entrenamiento para ser un pistolero letal y un gran cazarrecompensas, el doctor Schultz (Waltz) sigue hablando que da gusto oírle, y mucha nieve y la sempiterna sangre. Pequeños atisbos de impaciencia. 
   Hasta que, por fin, llegan a Candyland, la plantación donde se encuentra la novia perdida de Django y, por un momento, y paradójicamente, creo encontrarme ante la película más "adulta" de l`enfant terrible (desde que vi Amor no he vuelto a ser el mismo) de Hollywood. Creo ver compromiso social, intención de denunciar el racismo y la esclavitud, y una violencia impactante y nada caricaturesca (la terrible escena entre los esclavos, o la no menos terrible en la que la mujer de Django es castigada por haber vuelto a intentar escapar de la plantación). La mirada de Christoph Waltz, progresivamente más traumatizada e indignada, me da presumiblemente la razón. En resumen, parece que Tarantino se ha empeñado por fin en hacer algo trascendente, algo moral, con su cine, más allá de gloriosos entretenimientos. Pero todo se acaba yendo a la mierda. 

Amor eterno y monógamo por este hombre

   Y es que Django desencadenado es el exceso hecho película. Es la muestra de un genio que ya es consciente de que lo es, y de que muchos creen que lo es, y que se limita a firmar un trabajo con el que se lo pase lo mejor posible. Él, no el destinatario de dicho trabajo. Con sus referencias a películas que únicamente ha visto él, y esas cosicas tan suyas (el cameo del primer Django cinematográfico es una chorrada que sólo justifica el tráiler). Así, sólo porque le da la gana, porque es Tarantino y puede hacer lo que le salga de las pelotas, mete un personaje misterioso que acapara un par de planos porque sí, introduce larguísimas transiciones a cámara lenta y con la música a todo volumen porque sí, hace un cameo (un cameo horrible) porque sí, pergeña escenas oníricas absurdas y horriblemente resueltas (siempre con la petarda de la Kerry Washington de por medio) porque sí, y en ese plan durante 165 minutos. Este culmen de la autocomplacencia se produce al final, cuando tras un engañoso clímax nos mete veinte minutos más de película absolutamente infumables, pero con mucha gracia (es lo que tiene al menos Django desencadenado, que te vas a reír bastantes veces). Un caballo que baila, la novieta de Django dando palmaditas como una adolescente mongólica (una imagen de pura y dura vergüenza ajena), y muchas explosiones y fantasmadas. Algo totalmente anticlimático y que le da cien patadas, según mi asignatura de Guión Audiovisual (yujuu, sí, tengo una asignatura que se llama de ese modo, cuando sea mayor no tendré por qué caer en la prostitución), al modo más elemental, efectivo y, qué caray, humano, de narrar una historia. 
   Lo cierto es que Tarantino se ha pasado de la raya. Ha demostrado que no sólo se la suda evolucionar (ya lo demostró en la entrevista de la que hablábamos antes), sino que se lo tiene tan creído que cualquier cosa le vale, y, lo peor, que piensa que los fans nunca le van a pedir nada más. Amparado en este conocimiento, ni siquiera se ha molestado en escribir unos diálogos grandiosos que sean recordados, memorizados y recitados por el público, tan sólo un par de monólogos y frases que, eso sí, siguen siendo grandiosos. Ni siquiera ha dirigido unas escenas de acción espléndidas, pues en el tiroteo del (casi) final hay demasiada cámara lenta y demasiada sangre falsa para que te lo tomes en serio. Sí ha sabido, y en esto no cambia, dirigir a un reparto espléndido, no sólo limitado al estilo de Christoph Waltz, sino también al carisma masculino y animal que transmite Jamie Foxx (en un papel que progresivamente va mejorando), a la repugnancia del personaje de Samuel L. Jackson (el personaje más chungo con diferencia, un negro racista), y, en especial, al extraordinario talento de Leonardo DiCaprio, que compone uno de los mejores villanos de los últimos tiempos (ver cuando se entera de las verdaderas intenciones de sus invitados, o el monólogo que posteriormente se marca en torno a la ciencia de la frenología). Bueno, y luego está Kerry Washington, que tiene el personaje más patético, desdibujado y misógino que imaginarse pueda (de hecho, la película es machista de cojones).

Estos tipos no están contemplando una obra maestra
   
   El caso. Django desencadenado fue la caña. Es la caña. La vería otra vez, y otra, y otra, y otra. Porque mola un montón, un pegote, pero ésa es su única virtud. Por lo demás, está vacía. No dice nada. A decir verdad, ninguno de los anteriores trabajos de Tarantino lo hacen, pero esta tendencia, que al menos antes era solventada con un genio inigualable para escribir y rodar, ha acabado deviniendo en una película que, siento en el alma decirlo, es bastante tontorrona, y en la que molesta que, por unos momentos, Tarantino parezca tener algo que contar. Aparte de lo mismo de siempre, que es nada.
   Sólo me queda suplicarle al genio de Knoxville, Tenessee, desde aquí, que seguro que me lee, que se replantee el cambiar. De algún modo. No que dé un vuelco tremendo a su carrera, pero sí que deje de quedar para irse de cañas con Robert Rodriguez (qué mala influencia es siempre el gilipollín del sombrero de vaquero) y que considere el volver a la masturbación física, dejando de lado la fílmica. Porque hasta ahora es probable que la gente le siga adorando por cualquier cosa que haga (a mí me pasa), pero llegará un momento en que esto deje de ser divertido, y nos cansemos de sus tonterías. Sólo es un aviso de alguien sinceramente preocupado por él, y de un admirador suyo que conoce su genio y lo respeta. 
   Entretanto, corred a ver Django desencadenado. No os arrepentiréis. Tarantino, dentro de un par de años, quizá sí que llegue a arrepentirse de considerarla parte de su carrera, cuando por fin sea el gran cineasta que está destinado a ser, tras haber dado un par de tumbos en el camino, y tras habérselo pasado dabuten. Aunque bueno, ya que dice que igual se retira pronto, si no cambia tampoco va a pasar nada. Quiero decir, ES EL JODIDO QUENTIN TARANTINO. Que le quiten lo bailao.

1 comentario:

  1. Una decepción 'Django', no me esperaba un clásico pero sí una película más divertida. Apenas aparecen esos diálogos crujientes marca de la casa, y como siempre, qué pena que sus pelis estén tan vacías. ¿Cuándo encontrará messieur Tarantino algo para lo que tan bien sabe hacer: contar? Un saludo!

    ResponderEliminar