miércoles, 2 de octubre de 2013

El día en que me enamoré de Mario Casas

Yo voy a ver la última película de Álex de la Iglesia a un cine de Madrid, en el día del espectador, y me encuentro la sala casi totalmente vacía, y la verdad que me frustro. A lo mejor sin mucho derecho, últimamente voy al cine de uvas a peras y hace como cuatro lustros que no voy a ver nada español (ni siquiera vi Lo imposible, pero sí vi... esto... Torrente 4, y era una gran película, ¿eh?, infravalorada total). Pero, yo qué sé. Las brujas de Zugarramurdi debería ser un trabajo que trajera en masa a los grupos de amiguetes, o a las chiquillas y chiquillos que quieran ver a Hugo Silva y a Mario Casas por primera vez juntos desde Los hombres de Paco (veis, para que luego digan que no apoyo las producciones patrias, esta serie me la tragué enterita, hasta cuando metieron el rollo ese de Satanás y de un superhéroe llamado Blackman... aagh, ¿en qué diantres estaba pensando?). Es tanto el entretenimiento y disfrute que nos ofrece la nueva propuesta del tío que hizo Balada triste de trompeta y sobrevivió para contarlo, que el hecho de que no la veáis os hará merecedores de mi más profundo desprecio. No tenéis por qué pagar por verla, pero vedla, ¿vale?

"Pies de foto chorras, pies de foto chorras everywhere"

   Y ya con esto podría acabar el artículo, supongo. Ya he dado una opinión y he recomendado la película de una u otra forma. La parte central del mismo, aquello por lo que será recordado (es un decir), al comienzo. ¡Mira, como en Las brujas de Zugarramurdi! Leeréis por todos lados que los primeros minutos de la peli son claramente los mejores, y yo no he de disentir, pero tampoco menospreciar el resto del metraje. La cosa es que a De la Iglesia se le ocurrió que sería dabuten firmar un atraco al Compro Oro de la Puerta del Sol efectuado por los andobas disfrazados que de vez en cuando se montan ahí guerras territoriales, y, bueno, puede que ésa se la mejor idea parida por el cine español desde que colocaron a dos payasos, uno triste y otro alegre, peleándose por una mujer encima de la cruz del Valle de los Caídos. Por si alguien se lo pregunta, sí, considero Balada triste de trompeta una obra maestra, y probablemente lo mejor que ha hecho Álex de la Iglesia en toda su carrera. 
   El caso. La set pièce que abre el filme no podría estar mejor dirigida y actuada, y no podría ser más divertida. Hugo Silva pegando esos gritos tan becerros y tan suyos (de los cuales llegué a estar hasta las pelotas en Los hombres de Paco), Mario Casas (del que también llegué a estar hasta las pelotas en Los hombres de Paco, pero así, a secas) empezando a dar muestras del prodigio de personaje cómico que le ha tocado interpretar, y el niño quedando muy currete entre el caos y la mala uva que lo baña todo. Ah, bueno, y Javi Ordóñez como el taxista. Qué grande es este tío. 
   ¿Va Las brujas de Zugarramurdi cuesta abajo después de esta secuencia? En absoluto. Es en la carretera cuando los personajes empiezan a sacar todo su potencial, y los gags se suceden a velocidad vertiginosa, mientras todo empieza a bañarse en el inevitable aura sobrenatural. Aparecen las brujas del título, pero no por ello las risas se resienten, aunque sí, aparezca Carolina Bang y veamos que hay algo que no cuadra (porque sí, esa tía sólo está ahí por tener los santos ovarios de tirarse al jefe). 

La foto lo dice todo

   Las brujas de Zugarramurdi es un glorioso entretenimiento de principio a, casi, el fin. Quedan veinte minutos de peli, te duele la mandíbula de carcajearte y te lagrimean los ojos de lo mismo, y de repente todo se convierte en una gran mierda. Simple y llanamente. Todo se desmadra, hay peleas a lo Dragon Ball, Carmen Maura se empeña en demostrar lo cutres que podemos ser los españoles en cuanto a efectos visuales a veces, y culmina en un epílogo que podría pasar por gilipollez de no ser simplemente horripilante. Vamos, que a Álex de la Iglesia se le ha ido la olla otra vez. Igual que le pasó en El día de la bestia, en 800 balas, en Crimen ferpecto y en Balada triste de trompeta (aunque en este último caso, y quitando al tontomonas del motorista, fuera una ida de olla sublime). 
   Si exceptuamos los últimos veinte minutos tendríamos una película intachable. Osea. Hay demasiadas subtramas, Carolina Bang da grima por muy buena que esté, y las intervenciones de Santiago Segura y Carlos Areces, sintiéndolo mucho, no tienen ni puta gracia, pero todo es tan frenético, tan rabiosamente entretenido, que el buscar fallos de guión se revela como un ejercicio de petulancia boyeresca (flípalo que la peli le ha gustado hasta al Boyero). 
   La dirección de Álex de la Iglesia es estupenda; por momentos, sencillamente maravillosa (no sólo el atraco del principio, la persecución dentro de la casa de las brujas es brillante también). El guión, si lo entendemos como amasijo de chistes, es otra maravilla igual (aunque uno no acabe de sentirse cómodo por la cierta misoginia que desprende, supongo que justificada por el humor gamberro del director). Y los actores, veamos... Para empezar está Mario Casas. Sí, no creí que lo dijera nunca, pero si tuviera que ser recordado por un solo papel en toda su descamisetada vida, qué menos que recurrir a su personificación de Toni, el bonachón relaciones públicas del pub Esperma. Lo que me he reído con este personaje es que no se lo puede creer nadie. Puede que el chaval haya hecho cosas como A tres metros sobre el cielo y su continuación, pero es innegable que en Las brujas de Zugarramurdi está que se sale. A continuación inserto una foto suya al lado de otra de Marlon Brando, sólo porque me resulta divertido.


   Luego tenemos a Hugo Silva, que yo que sé, nunca me ha transmitido nada, y aquí lo mejor que podemos decir es que no desentona y le da el contrapunto perfecto a un pletórico Mario Casas (dios, es que no me puedo creer que escriba estas líneas, ¿eh?). A Jaime Ordóñez, que está perfecto en su papel del taxista ninguneado por las mujeres; a Pepón Nieto y Secun de la Rosa ajustadísimos en sus papeles de policías inútiles; a Macarena Gómez, que ni fu ni fa; a Carmen Maura, que le saca un jugo tremendo a un personaje planísimo (ver la secuencia en que le enseña la casa al taxista); a Terele Pávez haciendo de Doña Pura (oye, y yo que no tenía ni idea de que Doña Pura se llamaba Terele Pávez); al chavalín ese que sale demasiado en calzoncillos; y a Carolina Bang, que hace cosas guarras con una escoba. Un reparto, en resumen, muy aceptable, y en cualquier caso eficaz. 
   Así que, hablando en claro, Las brujas de Zugarramurdi es la caña, y su indudable grado de excelencia sólo cabe establecerlo en función a cuánto nos importe que sus últimos veinte minutos sean tan infumables. A mí personalmente me resulta algo agridulce, pero como lo he pasado tan inmensamente bien en la hora y media anterior, me veo obligado a proclamar que Las brujas de Zugarramurdi es una gran película. Y que viva el cine español. 
   Jo, qué falso me ha quedado eso último. A ver si sacan ya Torrente 5.

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