lunes, 23 de diciembre de 2013

La crítica más friki jamás vomitada. Parte II

Los que en su día leyeran la kilométrica crítica que hice de El Hobbit. Un Viaje Inesperado, la primera parte de la que ya llevamos largo tiempo considerando la trilogía más innecesaria de la Historia del Cine, quizá recuerden la opinión que me mereció, o muy probablemente, no. Esto es porque a la hora de valorarla en todo momento confundí el criterio, más o menos bueno (o eso quiero creer, y creo), que he ido forjando a lo largo de mi experiencia cinematográfica, con el frikismo más militante y apasionado, el que me merece la obra literaria que Peter Jackson, más conocido como el cineasta que perdió cualquier mínima dote artística paralelamente a sus kilitos de más, adapta. Por tanto, ¿me gustó la primera? En una palabra, sí. ¿Es una buena película? No. La he visto siete veces más desde entonces, y cada vez me ha parecido peor. Y, aún así, la veré muchas veces más, porque, antes que crítico y escritor frustrado, soy un freak, un geek, un nerd, y demás adjetivos anglopollófilos que se os puedan ocurrir. Con todo lo que esto conlleva. Creo.
   Como ya hice en su día, para la siguiente crítica (referida, como seguro que no habéis adivinado, a El Hobbit: La desolación de Smaug), voy a dejarme llevar y a hacerla tan larga como me salga de mis frikérrimas napias, que para eso me he leído un huevo de veces El Hobbit y visto como tres huevos más de veces la trilogía original. Examinaré en adelante la película paso a paso y detalle aleatorio a detalle aleatorio, así que, sí, voy a spoilear como un descosido, porque estoy en mi derecho, y porque no tengo nada mejor que hacer. 

O estoy loco o en este cartel hay demasiada peña con arcos y flechas. ¿Posicionamiento?

   La desolación de Smaug empieza, primera sorpresa (y habrá muchas sorpresas, y casi ninguna positiva), bastante bien, con un prólogo en Bree no por innecesario menos eficaz, en el que aparece hasta Peter Jackson haciendo un cameo burlón, como diciendo "Sí, esta trilogía es el gran proyecto masturbatorio de mi vida, y me han dado un cojón de dinero para ponerlo en marcha. Que lo disfrutéis, y si no, os jodéis, ya disfrutaré yo por vosotros". El diálogo está incluso bien escrito, y enlaza con el final de la primera parte de un modo genuinamente emocionante. Muy simple, pero emocionante al fin y al cabo. El público contiene el aliento, la historia ha sido introducida de modo inmejorable, y ya en un par de segundos aparecen los orcos, y se desarrolla la primera carrera de muchas, muchísimas. Aparece Beorn, y efectúo el primer fruncido de ceño de muchos, muchísimos fruncidos de ceño (esta última puede haber sido la frase más rara que he escrito nunca no alcoholizado). Aparece Beorn, como digo, pasando de ser el enigmático y magnético personaje que Tolkien configuró con unas pocas líneas en el original literario, a un tipo alto y muy feo al que le pasa lo mismo que a la madre de Brave, con la diferencia de que el oso en el que se transforma está mucho peor diseñado y es bastante más estúpido (igual Jackson pensó que sería divertido que se quisiera merendar a los protas y éstos tuvieran que impedirle entrar en SU PROPIA CASA para salvarse, pero yo sólo lo vi de muy mala educación). Un breve diálogo intrascendente cuando ya el osito se ha portado bien y le han dejado entrar en SU PROPIA CASA (muy, muy descortés), y de nuevo en marcha. 
   Llegan a los umbrales del Bosque Negro, y Gandalf de repente, así porque sí, escucha la voz de Galadriel en su cabeza que le insta a pirarse por enésima vez, y, yo qué sé, siempre he pensado que entre estos dos hay algo muy sórdido, recuérdese cómo la elfa le acariciaba el cabello en la peli anterior, así que tampoco le culpo. Viva el amor interracial. De momento. Pues eso, que Gandalf se da el piro, y yo sólo deseando, aunque a sabiendas efímeramente, que no haya ido al encuentro de Radagast El Pelma, mientras que la compañía de Bilbo, Thorin, Balin, el enano horny y los demás, se interna en el Bosque Negro, que antes por lo visto se llamaba el Bosque Verde y eso me hace mucha gracia (por Caterpie, Metapod, Butterfree, esas cosas, Pokémon, joder, dejadme en paz). Los miembros de la compañía empiezan a flipar, probablemente por las mismas setas que se tomaba Radagast El Pelma, no se topan con Sebastian el erizo, porque ya chupó mucho plano en la primera, y aparecen las arañas gigantes. Peter Jackson elabora entonces una set piece que quiere ser como la lucha contra Ella-Laraña mejorada (esto es, metiendo un cojón de arañas más), pero que causa bastante indiferencia, y, entonces, ay, alegres compañeros, empieza la juerga. El festín de los rellenos.
   Ya comenté hace tiempo, y no recuerdo a cuento de qué, lo que me parecía la inclusión de Legolas en la nueva película de El Hobbit, y desde ya os aseguro que mis malas vibraciones no erraban en absoluto. No sólo es que Orlando Bloom esté horroroso, con esas lentillas gays que le han puesto y su nulo talento interpretativo, sino que su trama es lo peor de La desolación de Smaug, y, sopesando toda la inmundicia que sólo he empezado a describir, es mucho decir. Legolas es el pomposo hijo del rey Thraundil, un elfo, si cabe, aún más irritante que él, y está enamoriscado de una elfa, Tauriel, que no sólo no sale en la novela de El Hobbit; tampoco lo hace en ninguna otra. Tauriel, la insensata, pasa de él, y para empeorar la situación (porque sí, puede ser peor), le hace ojitos a su vez a, redobles funerarios, por favor, ¡el enano horny! Os juro que según se presentaba la subtrama me podía imaginar a Tolkien revolviéndose en su tumba, y a miles de fans de su obra echando la pota alrededor del mundo. Yo no sé cómo me las apañé para no hacerlo. Probablemente, porque el despropósito era tal que comenzaba a ser divertido, y según vi la pedazo mierda de diálogo que el enano horny y Tauriel se marcaban en los calabozos del Reino de los Bosques, acabé optando por relajarme, y disfrutar en la medida que pudiera. 

"I`m sexy and I know it"... jo-der. ¿LMFAO? ¿En serio? Estoy perdiendo facultades

   Peter Jackson entonces opta por hacérmelo más fácil, y a continuación orquesta una escena de acción totalmente delirante pero enormemente disfrutable, metiendo a los enanos y a Bilbo en unos barriles y lanzando en su persecución a través de un río con rápidos, cataratas y demás cosas molonas, tanto a elfos cabreados como a orcos. Incluso echa el resto con probablemente el plano secuencia más chorra de la Historia del Cine, y con las primeras mutilaciones creativas de los orcos. Bilbo y los enanos conocen poco después (poquísimo después) a Bardo el Arquero, y ya, por fin, vislumbramos algo parecido a un logro en una película, como veis, que estaba resultando bastante calamitosa hasta el momento. Por mucho que más o menos por entonces aparezca Radagast El Pelma, sin molestar mucho eso sí, y el triángulo de amor bizarro entre Legolas, Tauriel y el enano horny sufra un giro inevitablemente chusco (porque esto no podría salir bien, y Jackson lo sabía, y se la sudaba en épicas proporciones, imagino). 
   El caso. El metraje desarrollado en la Ciudad del Lago acaba pasando por el más interesante, al conocer a fondo a Bardo El Arquero y a su simpática familia (algo que el manuscrito original sólo esbozaba), y los tejemanejes corruptos que allí se cuecen, con un Gobernador que quiere ser como un Théoden malvado pero que me recuerda demasiado al Rey Trasgo de la primera como para imponer un mínimo de respeto, y un Gríma Lengua de Serpiente que igual no es él, pero que desde luego nunca dice que no lo sea y estoy seguro de que lo es, en fin, una meada fuera del tiesto más. Bardo, por lo menos, insisto en que mola, e incluso sus hijas están buenas (puedo decir, legalmente, que al menos una de ellas). Y nada, la compañía intenta pasar desapercibida en la Ciudad del Lago y no lo consigue, pero tampoco pasa nada, porque todos en el lugar están contentísimos de verlos. Vuelven a partir, y comienza el tercer acto. Supongo. 

Más quisieran ser estos cantamañanas Bernard Hill y Brad Douriff. Sí, no he tenido ni que mirar los nombres de los intérpretes de Théoden y Lengua de Serpiente en FilmAffinity.  La verdad, no sé cómo es que follo tan poco.

   Hasta ahora, dos cosas están claras: el relleno que se han obstinado en meter es, en su mayor parte, una enorme y olorosa basura, y el ritmo que lleva es considerablemente mejor que en Un viaje inesperado, pues no han dejado de pasar cosas desde que empezó. Que no sean en su mayoría buenas, no impide que tenga que admitirlo. El caso. Smaug El Magnífico se dispone, por fin, a aparecer. Entretanto, Gandalf se ha pegado un paseo muy largo y absurdo por unas escaleras súper mal diseñadas en lo que a ergonomía y seguridad se refiere, ha presumido de polla delante de Radagast, y se ha metido él solito en la boca del lobo, para enfrentarse con, ATENCIÓN, el mismísimo Sauron. Sísí. Como lo leéis. Y como el dire no tiene miedo en absoluto de que comparen en todo momento su nueva trilogía con El Señor de los Anillos, ha pensado que es una idea estupenda planificar dicha batalla de un modo EXACTAMENTE IGUAL a la lucha con el Balrog de La Comunidad del Anillo. Vamos, que hasta coloca a los contendientes en UN JODIDO PUENTE. Peter Jackson, esto ya es un hecho sobradamente demostrado, se está riendo de nosotros. En la puta cara.
   En fin, que al menos Smaug mola mucho, como cabría esperarse, aunque tampoco tanto como oiréis decir por ahí. La voz es bestial, su diseño está guay, sin más, pero, nuevamente en pos de rellenar, Peter Jackson la ha vuelto a liar parda, como con Radagast. El diálogo con Bilbo está muy bien llevado, el dragón se hace respetar, pero es que luego, sin venir a cuento, y como no podemos acabar la película sin un clímax enormemente impactante, dicho dragón se vuelve idiota del culo. Sólo así se explica que en una hora de persecución no sea capaz de merendarse a nueve enanos (sí, se me olvidó mencionarlo, cuatro de ellos se han quedado en la Ciudad del Lago tomándose unas cañas con Bardo y sus hijas buenorras) y un hobbit. Una hora de persecución, como digo, absurdísima, rematada con un plan que no tiene ni pies ni cabeza que sólo consigue que el dragón se cabree aún más, pero en lugar de acabar vaporizándolos a todos, al final coge y se pira. Por la cara. Y Bilbo mira cómo se aleja volando y se pregunta, "¿Qué hemos hecho?". Eso digo yo, Peter Jackson y compañía, panda de cabrones. ¿Qué habéis hecho?

En otro orden de cosas, si vosotros también creéis que el bicho de Corazón de Dragón (Rob Cohen, 1996, doblado por Paco Rabal) molaba más, no dudéis en, no sé, seguirme por Twitter: @AlCorona92

   Como estaréis comprobando, La desolación de Smaug no me ha gustado especialmente, y eso que no he comentado la acción paralela que a las correrías de Bilbo y los demás huyendo del dragón se sucede en la Ciudad del Lago, otra chufa únicamente motivada por meter una vez más a Legolas y Tauriel matando orcos que da gloria verlos. De hecho, Legolas no hace otra cosa en la película que matar orcos. Y lo digo totalmente en serio. Pero como iba diciendo, La desolación de Smaug podría ser, y es, un bodrio, y ahora tocaría discernir si lo es sólo porque yo, como me he leído el original literario, lo veo así, o porque realmente es una boñiga de película. 
   Dejaré eso a vuestro juicio tras examinar unas nociones más. Los actores, salvo Orlando Bloom, el polloperas de su padre, Radagast El Pelma, el Rey Trasgo y Gríma 2.0., están en su mayoría resultones. Richard Armitage consigue exactamente lo que se requería de él, que un tipo tan varonil y honorable como Thorin nos fuera cayendo progresivamente peor; Ian McKellen es Dios en la Tierra Media; Martin Freeman el hobbit más encantador que imaginarse pueda, y el resto, el tío que hace de Bardo, el enano horny, el bueno de Balin, etcétera, están muy bien también. La música de Howard Shore, en esta ocasión, brilla por su ausencia (ni el leitmotiv de los enanos se nos deja escuchar), y, lo que puede ser lo peor de todo, la emoción también. Esto es, en resumen, de lo que más adolece La desolación de Smaug. No hay emoción por ninguna parte. Sólo muchos fuegos artificiales, persecuciones a mansalva y CGI. 

Pues diréis lo que queráis, pero Mario Casas al menos es un buen humorista, y vocaliza bastante mejor

   Y esto es lo que sí que no le puedo perdonar a Peter Jackson. Que una película ambientada en la Tierra Media no consiga emocionarme lo más mínimo, que no me provea de ninguna escena épica y solemne en el que el diálogo y la música se fundan para conseguir una reacción en mí que se rebele superior al espanto y sorna que he ido experimentando hasta ahora. Eso sí que es pura y dura desolación. 
   El filme que nos ocupa no es sólo notablemente inferior a Un viaje inesperado por suponer una adaptación mucho peor, sino por carecer, esta vez no ha colado, de alma. Así que, sí, nos encontramos ante la peor película ambientada en la Tierra Media de Peter Jackson, y por muchas veces que en el futuro la revisite, y me empalme como suelo hacer con las escenas más molonas (notoriamente escasas en esta ocasión, como habréis podido averiguar), esto lo tendré siempre muy claro. Lamentablemente, Partida y regreso promete ser aún más excesiva (quedan bastantes pocas páginas por adaptar, y mucho relleno más que meter), y sólo hay una pequeña probabilidad de que la auténtica épica, por tratarse del final, vuelva a hacer acto de presencia. 
   Hasta entonces, me limitaré a esperar. Sin ansiedad, sin tensión, y sin esperar, en fin, realmente nada. 

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