miércoles, 5 de febrero de 2014

Martin no hay más que uno

No deja de tener guasa el hecho de que, meses atrás, viéramos el trailer de American Hustle (guau, y lo que molaba pronunciarlo entonces, American Jasel, qué sibaritas nos sentíamos) con algo parecido a veneración religiosa, a un oh señor en enero o en febrero o cuando cojones las distribuidoras españolas quieran, quizá en brumario del año que viene, lo vamos a flipar. No deja de tener guasa, porque ahora American Jasel se ha convertido en La gran estafa americana y mola muchísimo menos, y es más, a ningún crítico español le apetece defenderla, prefiriendo hacer un facilón juego de palabras con el título para decir a todo quisqui que esta vez los de los Oscars se han coronado; que la película de marras no sólo no es para tanto, sino que incluso es bastante floja. Lo que viene a ser un Argo prematuro, y veréis qué guasa (hoy estoy guasón) como esta gran estafa arrase en los premios de la Academia el próximo 2 de marzo. 


  Por fin, gracias al, insisto, glorioso sistema de distribución español, he tenido ocasión de verla y de comprobar si, efectivamente, me sentiría estafado al salir del cine. Acudí a la ineludible cita cinematográfica (ineludible desde el momento en que escuché Good Times Bad Times ambientando el beatífico trailer), con algo parecido, os podréis imaginar, a prudente escepticismo, que para mí la palabra de Boyero va a misa. Y, en efecto, ha sido mucho bombo el que se le ha dado a esta película. Muchísimo. Toneladas y toneladas de bombo, que finalmente se han ido deshinchando, y han acabado por revelar una película, en dos palabras, bastante apañadita, pero vayamos por partes.
   Lo primero que llama la atención según van pasando los minutos no son los escotes de Amy Adams (tan bonitos como incomprensibles, osea, ¿por qué diantre se viste así? ¿No tiene frío? ¿Así se vestían todas las mujeres en esa época? Dios, con razón los años 70 estadounidenses siguen constituyendo mi época favorita), sino la dirección del señor David O. Russell, que según tengo entendido es un perfecto soplapollas (como persona, quiero decir, pero aquí valoramos a los cineastas por su arte, cosa que ahora mismo está muy de moda decir y que a la payasa de Mia Farrow le da tanta rabia que se diga). Y esta dirección no destaca por factores como su originalidad, su riesgo o su cuidado estético, sino por ser una amalgama de todos ellos en pos de hacer la mejor imitación posible de Martin Scorsese. Osea. David O. Russell copia sin piedad ni vergüenza todo lo que hace grande al mejor director de la historia del cine, dejándose por el camino casi cualquier mínimo atisbo de frescura o de ingenio (supongo que, en cuanto a copiar al maestro, ha sido Quentin Tarantino el que mejores chuletas se ha pillado, de siempre). Los travellings, las imágenes congeladas, los planos secuencia, la inconmensurable banda sonora, el manejo del suspense, las voces en off, Robert De Niro... sólo falta que suene Gimme shelter, en serio.

Aquí David O. Russell en otro patético intento de imitar a Scorsese, gafas incluidas

   Semejante ejercicio de estilo, o más bien, copia de ejercicio de estilo, depara sus cosas buenas y sus cosas no tan buenas, lógicamente. Como principal virtud, o más bien, copia de principal virtud, tenemos que las a todas luces excesivas dos horas de metraje se pasan en un suspiro, y que cualquier escena bañada en un tema setentero de la leche queda especialmente épica. Aquí es donde David O. Russell sabe que puede molar más, y por ello no duda en deleitar el oído melomaníaco del espectador cada dos o tres minutos, más o menos. El conseguir algo realmente memorable con esta burda artimaña es algo que se da un número algo más limitado de veces, teniendo grandes momentos como el diálogo bañado en una suerte de White Rabbit arabesco, el paseíllo por el aeropuerto al ritmo de 10538 Overture (cómo mola caminar con esa música de fondo, caray), Bale y Renner destrozando en un karaoke el Delilah de Tom Jones, o, sobre todo, Jennifer Lawrence cantando Live and let die. Entre lo tremenda e hilarantemente gratuito de esta última escena y lo que funde, puede que suponga fácil lo mejor de la película.
   En cuanto a las cagadas en las que el amigo O. Russell ha incurrido copiando a Scorsese, contamos con voces en off que nunca sabemos muy bien a qué vienen, mareantes encadenados de flashforwards y flashbacks puestos ahí, como todo en esta película, únicamente para molar más, movimientos de cámara que no hacen más que distraer, y, sí, Robert De Niro. Para la ocasión, y quizá porque el dire prefería que la nominación al Oscar a Mejor Secundario se la llevara Bradley Cooper, el veterano actor no se limita más que a un cameo estando, como suele en los últimos tiempos, horrible. Y no tanto por su actuación, que es más o menos correcta e incluso propina un poco de suspense, como por las pintas que le han puesto.

Venga, ya en serio, que alguien le practique la eutanasia a De Niro. Pagaré bien

  Aprovecho el hilo de las pintas para hablar de los actores, a los que David O. Russell, pese a ser un sinvergüenza, sabe dirigir como nadie (probablemente en base a collejas y maltratos psicológicos de diverso calibre). Christian Bale está hecho un espantajo, con esos pelos y esas gafas y habiendo engordado para el papel, sospecho, únicamente porque se puso cabezón. Y, sí, también está memorable en la que, a falta de ver The Fighter, podría ser su mejor interpretación hasta la fecha, componiendo un personaje entrañable, divertido e hipnótico. Amy Adams ofrece una adorable mezcla de vulnerabilidad, puterío y fuerza en todos los primeros planos de los que disfruta (en el resto, lo siento, es demasiado fácil distraerse), mientras que Bradley Cooper se lo pasa de miedo interpretando a un personaje simplemente ridículo (la escena en la que sale con los rulos no puede ser más ilustrativa). Jennifer Lawrence se esfuerza muchísimo en imitar a Sharon Stone en Casino y oye, no está nada mal (aparte que eso, que está como un tren y quiero tirármela, como quiere cualquier persona, animal o cosa del Sistema Solar), y Jeremy Renner cae muy simpático también, con ese pedazo tupé y esa pluma tan oronda y espectacular que siempre gasta. Shea Wigham se sigue limitando modestos e innumerables papeles secundarios (en serio, veo a este tío en todas partes), aparece otro compañero suyo de Boardwalk Empire con más pena que gloria, y también Louis C. K, obsequiándome por fin con el personaje mínimamente divertido que esperaba que ofreciera en Blue Jasmine
   El reparto está estupendo en su mayoría, justificando tanta nominación. Llegando al punto crítico, que sí, es el guión, tenemos un libreto desigual al que le falta mesura y claridad en muchos de sus tramos pero que, eso sí, sabe otorgar a cada personaje un mínimo y coherente desarrollo. Mucho diálogo, y poco realmente aprovechable a la hora de expresar algo, y un número bastante discreto de gags (limitándose éstos casi en su totalidad a la relación entre el polloperas que interpreta Bradley Cooper y Louis C.K.). Su mayor virtud radica en conseguir que el espectador empatice con los personajes y le importe lo que les pasa, amén de lograr, al mismo tiempo, que nadie se pregunte si en realidad algo de lo visto merece la pena. 

Aquí los protas observando con mucho interés la lista de ganadores de los Premios Feroz

   Porque, en resumidas cuentas, la nueva película del firmante de El lado bueno de las cosas (que quizá sólo sea recordada para la posteridad por la icónica actuación de Jacki Weaver), es de una intrascendencia supina. Lanza ideas profundas sobre el engaño, la falsedad y la hipocresía del ser humano, sin ir en esto más allá del peluquín que se gasta Christian Bale. Ni siquiera es una película potable en cuanto a robos y picaresca, estando a años luz de maravillas atemporales como El golpe o pequeños entretenimientos como Ocean`s Eleven, por muchos giros supuestamente inesperados que aglutine la trama. Y, ni mucho menos, y por si alguien se atreve a dudarlo, está a la altura de ninguna de las mejores película de Martin Scorsese. 
   El título en español, La gran estafa americana, le viene bastante grande, en conclusión. Sí, se trata de una estafa, pero bastante pequeña, humilde, y finalmente insustancial. Como el peluquín de Christian Bale. 

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