sábado, 11 de octubre de 2014

El profeta perdido

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No deja de ser triste, por mucho que su propia naturaleza se preste a ello, que un mito patrio con la hondura y significancia de José Luis Torrente se asocie automática y cerrilmente a palabras tan desafortunadas como "cutre", "zafio", "vulgar", "casposo" o "marca España". Así como, en un alarde tras otro de insensata vergüenza torera y maniquea hipocresía, ciertos sectores de la sociedad, o incluso de la industria del cine por la que Santiago Segura ha hecho tanto y tan bien, censuren su producción cinematográfica, valiéndose de cuatro de los cinco epítetos enumerados arriba para justificar su falta de visión. Hay bastantes cosas por censurar dentro de esta ristra de películas, no seré yo el que lo niegue, pero ninguna habría de pasar, estrictamente, por los mencionados epítetos. Sería estúpido. Las películas de Torrente son cutres, zafias, vulgares y casposas porque el propio Torrente es cutre, zafio, vulgar y casposo. Partiendo de esto, Santiago Segura ha pergeñado un puñado de películas muy apreciables y, sobre todo, muy divertidas.
   Bien es cierto que este mismo señor (que podría figurar perfectamente en la lista de los cinco españoles más ilustres nacidos en el siglo XX) dijo todo lo que tenía que decir en la primera película, Torrente, el brazo tonto de la ley, y lo dijo muy bien, y así le fue recompensado con algún Goya que otro. Su estudio sociológico de la España más castiza y familiar era incisivo, furioso e incluso trágico (nunca ha llegado tan lejos, a este respecto, como en su opera prima), su humor negro era tan ominoso que, por momentos, se olvidaba de que tenía que hacer reír y se contentaba con incomodar y así, como quien no quiere la cosa, le salió su peli de Torrente menos divertida. Luego, como pasa con todo, se volvió comercial, se hizo camisetas, salió en Tu cara me suena, el propio país cuyos cimientos ideológicos y estéticos había tratado con tanto tesón de demoler lo encumbró como celebridad nacional, como el amiguete definitivo, y el éxito mató al genio. El ganador del Goya al Mejor Actor Revelación por El Día de la Bestia, de este modo, sintió que no había una gran necesidad de apuntalar su discurso y de buscar nuevos cauces de expresión, que no era imprescindible volver a apuntarse a todos aquellos concursos televisivos para recaudar perrillas (en serio, la de este hombre es una de las biografías más fascinantes de nuestro tiempo), por lo que decidió dedicarse al muy lucrativo negocio de la producción audiovisual de churros, esto es, secuelas, que aparte de ser sucesivamente peores convinieron en salvar la taquilla española cada año en el que asomaron el morro. Todo esto sin un solo Goya, ni siquiera técnico, como reprimenda indolente a un artista cegado por el oropel.

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Aquí el noble y señero sabio, haciendo lo suyo

   Y a todo esto, ya vamos por la quinta, que bien podría ser la última pero que, muy posiblemente, no lo será. Esta vez se dice por ahí que le ha salido muy bien la jugada a Segura, que se ha preocupado por construir algo parecido a una "historia", él mismo dice que su guión es "redondo", incluso se habla del regreso de una transgresión que, luego de ser estrenada El brazo tonto, sólo se dejó entrever adscrita a esa molesta manía de Torrente de llamar "negros" o "rumanos" a los negros y a los rumanos. La cosa promete, claro, incluso para aquéllos que disfrutaron de Lethal Crisis (cuarta entrega en la que la participación de Kiko Rivera, alias "Paquirrín", devenía en hallazgo dramático insuperable), y que no les pareció tan mala El protector (tercera entrega en la que el desaprovechamiento de José Mota, pese a todo, debió ser penado con cárcel en aquel entonces). Por mi parte, que me declaro orgullamente torrentiano de pura cepa (Misión en Marbella es de las pelis que más he visto durante mi más tierna pubertad, lo cual es posible que explique muchas cosas), no di mucho pábulo a semejantes habladurías, ya la que la iba a ver de todas todas con la única pretensión de echarme unas risas. Como torrentiano, digo, acudí a la sala de cine sin intención de maravillarme de la sesuda y realista visión que Santiago Segura, ese malogrado visionario, hubiera podido dar de la actualidad española más rabiosa. A decir verdad, ni siquiera acudí concretamente a ver dicha película (yo iba a ver una de Polanski, porque la cabra tira al monte), pero eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.
   En primer lugar, decir que Torrente 5: Operación Eurovegas está ambientada en un futuro, no me atrevería a calificar de distópico, fechado en el año 2018. Torrente sale de la cárcel donde ingresó al final de la cuarta peli (Paquirrín, desgraciadamente, no sale con él, supongo que porque está muy ocupado pinchando), y se da de bruces con un presente aciago, cuyas circunstancias no detallaré porque la inmensa mayoría de los chistes buenos que ofrece la función tienen que ver con él. Desengañado con esa España que tanto ama y que tanto le duele, decide renegar de su condición de garante de la ley y planear el robo de un casino en Eurovegas con la compañía, como siempre, de un variopinto catálogo de personajillos al cual más impresentable.

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Si el hombrecillo de la derecha no os inspira ternura estáis muertos por dentro

   En dicho equipo militan Julián López, que tristemente no tiene demasiada gracia (no por culpa suya, sino porque interpreta un personaje que Gabino Diego interpretó en el pasado, y Gabino Diego es mucho Gabino Diego y... y yo qué sé, insértese chiste malintencionado en torno a su fealdad aquí); Jesulín de Ubrique, que sí que es bastante más salao; Angy, la tía de Tu cara me suena que, hablando en plata, no tiene ni puta idea de actuar (ni gracia tampoco); Florentino Fernández que tampoco es que esté la mar de inspirado; Fernando Esteso, que me da tanta penica que mejor no digo nada;  Anna Simon, la tía insultantemente buena que, hablando en plata, no tiene ni puta idea de actuar (ni gracia tampoco); Alec Baldwin (sí, de los Baldwin), que sólo por el hecho de hablar castellano peor que Sergio Ramos ya se debió pensar el dire que quedaría muy gracioso; y... eh, que no todo es tan malo, Cañita Brava y Carlos Areces. El primero por fin obtiene el papel más o menos protagónico que se venía mereciendo desde El brazo tonto de la ley, y el segundo está inconmensurable desarrollando una nueva tipología de señor imbécil (parecía obvio suponer que ya las ha probado todas, pero yo, que soy amigo íntimo suyo y confidente desde que nos conocimos en San Sebastián, os puedo asegurar que el tipo tiene aún mucho que ofrecer). Visto el percal, se echa muchísimo de menos más minutos por parte de los dos últimos, y no se entiende la actitud de Segura de optar por que Angy o Anna Simon tengan más protagonismo, sobre todo habida la cuenta de que sus personajes son cagarrutas de primera categoría y que ni siquiera tienen la deferencia de enseñar las tetas. Al hilo de esto, en efecto, en Operación Eurovegas no salen mozas enseñando sus virtudes, y lo que supondría una desafiante invitación a exigir que nos devolvieran el dinero acaba por no ser tan importante, gracias a que los espectadores son capaces de encontrar placer en otros lados.

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Este hombre es lo mejor que le ha pasado a la comedia española desde Manuel Fraga

   Porque sí, Operación Eurovegas está díver, y los chistes están más currados y tienen más miga que los de entregas anteriores (lo cual no quiere decir necesariamente que sean más graciosos). Santiago Segura se permite deleitar al espectador más o menos informado con una avalancha de jocosas referencias a la actualidad, que provocan tanto la risa como el sorprendido "jej, será cabrón" (más abundante este último). No alabaré de forma desmedida este aspecto, empero, pues el humor de Segura no deja de ser el típico de cualquier enteradillo con mínima inventiva, envuelto en un aura maternal finalmente molesta de "Veréis lo que os va a pasar como sigáis portándoos así", que cae en la obviedad y la reiteración más pronto que tarde. En efecto, Operación Eurovegas, por mucho que lo intenta, carece de la amargura y el dolor del El brazo tonto de la ley, simplemente porque Segura, aunque a lo mejor esté más cabreado que hace dieciséis años, ya no es el mismo.
   Claro que esta crítica, más nostálgica que decepcionada, carece de valor a la hora de calificar globalmente una película que, en efecto, es la más "redonda" de la saga desde Misión en Marbella. Los chistes, por fin, se extraen de la trama en lugar de atropellarse unos a otros; hay una realización sólida y segura al otro lado (jijiji, he dicho "segura"), tanto que uno acaba por reparar en lo buen director de género que sería el susodicho si se alejara alguna vez de sus torrentes; y los cameos, que en entregas anteriores acabaron por ser irritantes, aquí están en general muy bien ensamblados (hay algunos, digo más, realmente memorables). Ciertos aspectos del guión no están todo lo pulidos que debieran, como el regreso de la incomparable Chus Lampreave y Neus Asensi (nunca entenderé cómo esta última pudo desarrollar una carrera artística fuera del marco de la época del destape), la cancerígena subtrama de la mujer de Esteso, o el recargadísimo final, pero, yo qué sé, al fin y al cabo reírte te ríes, y eso es lo que importa. Es lo único que importa, más bien.
   Conclusión, película para ver, reír y olvidar. Exclusivamente. Los que quieran ver películas políticas de verdad, mejor que empleen el tiempo en ponerse un vídeo de Pablo Iglesias.

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