domingo, 19 de enero de 2014

Esta peli está muy bien


El lobo de Wall Street es la polla. Para ser más fiel a la verdad, lo expresaré en mayúsculas. LA POLLA. Dudo bastante de que en lo que me quede de vida me encuentre con muchas más películas que puedan aspirar mínimamente a hacerse merecedoras de ese calificativo. LA POLLA. Debería disculparme por el cariz machista de esta apreciación, pero el asunto es que si fuera UN COÑAZO no estaríamos hablando de la nueva película de Martin Scorsese, (ya que pasamos por aquí, el mejor director de todos los tiempos sobre el cual no reparamos lo suficiente en lo afortunados que todos somos de que siga vivo y con ganas de seguir con lo suyo). LA POLLA.
   Hace ya muchos años, un señor que aún, imagino, no llegaba a ser consciente del inmenso talento que latía dentro de él, entabló una relación profesional con otro ser excepcional, que aún no tenía tan pobladas las cejas como para estárselas rascando todo el rato y que no quería ni oír hablar de hacer comedia. Eran buenos tiempos, eran los años 70, y esos dos hombres eran Martin Scorsese y Robert De Niro. Sí, Robert De Niro. El de La gran revancha. Dicha relación fructificó en muchas de esas películas privilegiadas que dignifican la naturaleza humana y trascienden al ser y lo que quieran. Malas calles, Taxi Driver, New York New York, Toro salvaje, El rey de la comedia, Uno de los nuestros, El cabo del miedo, Casino. Qué os voy a contar. Por cosas como ésta el cine es un arte, y si Scorsese fuera inmortal y hubiera nacido coetáneamente a Georges Meliès, indudablemente éste no quedaría relegado al séptimo lugar. Esta relación acabó, como todas las cosas ridículamente buenas acaban en la vida, pero se habla de un reencuentro en 2016, The Irishman, junto a Al Pacino y Joe Pesci. Sí, demasiado bueno para ser cierto, pero aún así yo me empalmo hasta límites existenciales con sólo imaginármelo. 
   Hablaba de este dúo para preceder el reconocimiento de una nueva pareja. Robert De Niro pareció preferir explotar su vis cómica llegado el momento aun cuando ésta fuera inexistente y lo supiera, y Scorsese se buscó otro muso, encontrándolo poética y significativamente previa prescripción del anterior. Sí, Leonardo DiCaprio. El de La playa. Dicha relación fructificó en muchas de esas películas privilegiadas que dignifican la naturaleza humana y trascienden al ser y lo que quieran. Infiltrados, Shutter Island, El lobo de Wall Strebueno, vale, este último conjunto tampoco es tan grande, pero hay que darle tiempo, e igualmente El lobo de Wall Street es LA POLLA.

DiCaprio enterándose de que ha ganado el Oscar a Mejor Actor. Jeje, lo sé, lo sé, soy terrible. Un beso para él

   Martin Scorsese dirige aquí con el brío al que nos tiene tan malacostumbrados, en el sentido de que debamos mirar por encima del hombro cualquier atisbo de "realización" que se nos ofrezca recién visualizada alguna de sus películas. A este señor, efectivamente, poco le faltó para conocer realmente a Georges Mèlies de lo viejo que debe estar ya, pero cómo dirige. Ya quisieran gente videoclipera como Michael UmSorryNoPuedoHacerEsto Bay o Danny Boyle (a éste con mayor respeto y reverencia, que se tiró a Rosario Dawson) saber mover la cámara como él, planificar escenas de multitudes como él, organizar planos secuencia vertiginosos como él, y lucir las gafas de pasta como él (lo siento, Woody, hay otro). Y tener, además, un gusto musical tan exquisito. La tan laureada habilidad de Quentin Tarantino para añadirle música a sus escenas no es en absoluto inédita suya, lo he dicho siempre; Martin Scorsese fue quien se lo enseñó, y sigue siendo el maestro. Y, sí, tal como sospechabais, me pasé durante las tres horacas que dura El lobo de Wall Street esperando a que sonara Gimme shelter para ya acabar de llegar el orgasmo y tal. No lo hizo, no lo hice, pero en su lugar desfilaron temazos como One step beyond, Everlong, Ça plan pour moi, una versión arrebatadora de Mrs. Robinson y unos cuantos más que no conozco, pero que conoceré y amaré en breve.

"Este premio me la trae TAN floja"

   Leonardo DiCaprio. Intentaré relajarme a partir de ahora, en pos de una objetividad queJO TÍO NO PUEDO, ESTA PELI ES LA CREMA. Este blog y los pocos desgraciados que lo leen ya habrán sido testigos en un par de ocasiones de mi amor incondicional por el tío que, con ese peinado, simplemente NO PODÍA SER POBRE en Titanic. Robert De Niro lo considera el mejor actor de su generación y, por muchas mierdas que haga ahora mismo (en serio, The Irishman y luego que se jubile inmediatamente, por favor), de actuar él sabe un rato. Así, DiCaprio puede presumir de tener el currículum artístico más brillante de la actualidad, y con El lobo de Wall Street no hace más que proseguir en su actitud de "dadme un Oscar pero ya, bitches". En esta última está, como suele, impecable, habiendo llegado por fin a ese momento en que los tics de todo actor de carácter que se precie son recibidos con complicidad y cariño. Lo que en Robert De Niro era rascarse la ya mencionada ceja y hablar como José Mota, en DiCaprio es puro histrionismo desatado. No hay más que verle en sus discursos motivadores a la plantilla de sinvergüenzas que trabaja para él, o en sus discusiones con Margot Robbie, o en cada una de las veces que está tenso y se toca mucho el pelo y abre mucho los ojos. Pero, además, DiCaprio se las ingenia para pasar de ofrecer ingentes cantidades de material de escarnio y Gifs a ser pura y simplemente memorable en su composición del peor colocón de la historia (peor aún que Eraserhead). No detallaré dicha secuencia por no estropeárselo a los insensatos que aún duden de si ver la película o no, pero adelantaré que me he reído con esa escena más que en todo el año 2013. O que de Shia LaBeouf. Palabras mayores, camaradas.
   El resto del reparto se compone de Jonah Hill, por un lado, y por otro de los que no son Jonah Hill ni DiCaprio. Estos dos transmiten, por cierto, una química que sólo se puede equiparar a, sí, Joe Pesci y Robert De Niro, respectivamente. Donde Joe Pesci era un loco, ultraviolento y entrañable psicópata, aquí Jonah Hill es un tipejo simplemente despreciable que se mete de todo (aunque vaya cosa, todos se meten de todo en este filme) y que resulta muy entrañable también. Podría ganar un Oscar a Mejor Secundario y nadie se debería quejar; sólo Leonardo DiCapio, en caso de que él se fuera de vacío. En el grupo de los no DiCaprio ni Jonah Hill encontramos a Matthew McCounaguey haciendo lo suficiente como para que todo el mundo siga flipándolo con su nueva faceta de actor; a Rob Reiner pegando muchos gritos; a Jean Dujardin demostrando que hay vida más allá de The Artist, pero tampoco mucha; a un felizmente recuperado Ethan Suplee (y digo felizmente porque el tío ha adelgazado mazo, no porque su personaje no sea una cagarruta); a Kyle Chandler consiguiendo no caer mal pese a ser todo un aguafiestas; y a Margot Robbie, una rubia despampanante que de mayor quiere ser como Sharon Stone. No es un empeño despreciable, y además está mucho más buena que la otra pajarraca, pero el guión no la deja ser más que una chica que grita mucho sin venir a cuento y que sobre el final se empeña en meterle dramatismo al asunto. Total, otra aguafiestas, que al menos tiene la decencia de salir en pelota viva un par de veces.

Está tan buena que duele

   Y, ay, hemos topado con algo que no impide a El lobo de Wall Street ser LA POLLA, pero sí que sea una película redonda. El guión de Terrence Winter no es malo en absoluto, cómo lo iba a ser perteneciendo al creador de Boardwalk Empire, y atesora una desmesura tan espléndidamente medida, valga lo gilipollín del juego de palabras, que las tres horas que dura el filme no se hacen largas en absoluto. Lo que no quiere decir que dicho libreto sea perfecto. Tanto afán por escandalizar, por generar la carcajada a cualquier precio, por perseguir el más difícil todavía, acaba jugando en contra del resultado final, cuando se sucede alguna que otra escena ciertamente ridícula (como la conversación de DiCaprio con una señora mayor que puede llegar a ser su testaferro, en un plagio clarísimo a una escena de Los Simpson con el Señor Burns y Homer como protagonistas), y cuando, pasadas dos gloriosas horas y media, las cosas se empiezan a poner realmente feas para el personaje de DiCaprio. Es entonces cuando Terrence Winter parece querer darle de repente el toque operístico de Casino (película con la que El lobo de Wall Street comparte más cosas de las que me gustaría admitir), y la cosa le queda, no sabría deciros, raruna. Yo lo siento en el alma, pero la escenita que montan DiCaprio y Robbie sobre el final es un autoplagio descarado a una de Sharon Stone y Robert De Niro en Casino, y todos lo saben, por mucha biografía de Jordan Bellfort que avale el resultado. No obstante, hay honrosas excepciones en este último tercio que contribuyen a que el sabor de boca final no sea para nada malo, como la última conversación entre DiCaprio y Jonah Hill, el plano de Kyle Chandler en el metro, o el final, una declaración de intenciones tan negra y cínica como las respectivas conclusiones de Uno de los nuestros y Casino
   Porque, a fin de cuentas, es lo que acaba importando en una película tan ridículamente buena como El lobo de Wall Street. Disfrutar del cine, en su elemento más puro, divertido y desenfrenado. En su faceta más excesiva y brutal. Scorsese ha firmado, finalmente, su película más gamberra y salvajemente libre, donde por cada diez minutos de metraje se exhibe una media de cuatro coños, nueve tetas y media, dos planos secuencia, seis esnifadas de cocaína, ocho ingestiones de luds (unas pastis de la leche), siete travellings y un diálogo sublime e incesante cargado de humor y genialidad. Una jodida joya.
   Recomendada para todo el mundo. Recomendadísima. En serio, no puedo recomendarla más. Gracias, Scoesese. Gracias. Joder. Cómo quiero a ese enano cabrón. Cómo os quiero a todos los que me leéis. Aunque no comentéis nunca nada ni me deis a MeGusta ni hagáis RT, aunque algunos aún uséis Tuenti o penséis que la segunda de El Hobbit no fue tan cancerígena. Vedla. Sólo os exhorto a que la veáis porque os quiero, y quiero lo mejor para vosotros. En serio. Ya es la película favorita del director Steve McQueen.

"¿Soy el único que se ha dado cuenta de que en tres horas no aparece ni un solo negro?"

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