domingo, 26 de octubre de 2014

Lo que no dormí en San Sebastián, Parte V. Magical Girl

Todas las películas venían precedidas, durante su proyección, de una breve cortinilla en la cual se nos recordaba el sitio al que nuestros cinéfilos huesos habían ido a parar. "62 Festival de San Sebastián/Donostia Zinemaldia", rezaban los rótulos, acompañados de una simplona melodía que no empujaba al tarareo ni al baile, pero que a fuerza de repetirse, como un éxito cualquiera de los 40, acababa alojándose sin permiso en tu subconsciente. Éste había aprendido, con el paso de los días y el compartimiento de buenas y malas experiencias, a hermanarse con el de los demás miembros del Jurado Joven, y como éramos Jóvenes antes que Jueces, hubo un momento que mágicamente decidió moverse al son de la simplona melodía cuarentona y dar alegres palmadas que le añadieran estridente percusión al invento. A partir de ese momento, se hizo lo mismo en todas y cada una de sus exhibiciones. Y, en efecto, nunca dejó de ser divertido.

http://www.sansebastianfestival.com/admin_img/pag/cabecera_62_1_es.png

   Esta gloriosa celebración de la juventud y de una actitud del todo desenfadada ante los sinsabores de esa inigualable experiencia en la que todos estábamos inmersos deparaba momentos estúpidamente emotivos (salvo cuando en cierto momento su sentido se torció); exhumaba acaso una sensación de unión y solidaridad en franca oposición a los "otros" (los adultos, los periodistas, los críticos de renombre, los que, en definitiva, no estaban obligados ni a ver ni a dormir la mayoría de las películas de Nuevos Directores y Horizontes Latinos). Una sensación, ay, que luego era dinamitada a traición cuando el soplapollitas de turno levantaba la mano al final de un nuevo engendro de un Nuevo Director y soltaba un hipócrita "Enhorabuena", seguido de un aún más hipócrita "Me gustaría saber cuáles han sido sus influencias". Y lo decía totalmente en serio, y era entonces cuando la parte sensata del Jurado Joven, que alguna había, volvía a tener ganas de aplaudir, pero para matar la mosca cojonera en la que se había transfigurado su desvergonzado rostro.
   Como esto pasa hasta en las mejores familias, nada más salir de la sala todo quedaba olvidado junto a los nombres de aquéllos con quienes hace segundos coincidíamos enérgicos en lo jodidamente bueno que era Thomas Pynchon, porque así de sociables y curretes éramos. Cada mochuelo volvía a su olivo, recogíamos nuestro bocata de queso viscoso pero no sabroso, y reflexionábamos sobre qué película ir a ver a continuación para que el viaje nos acabara saliendo, pese a todo, rentable. Normalmente ésta era una perteneciente a la Sección Oficial o a las Perlas, y en función a ellas, y a lo cansados e irritables que hubiéramos quedado tras esa película danesa, planificábamos nuestro itinerario. Según llegábamos al sitio en cuestión nos encontrábamos con un número variable de otros Jueces Jóvenes esperando en la puerta y formando una cola alternativa a la gran cola que era la formada por los "otros" y por los adorables donostiarras de a pie que se habían pillado un bono para ver 10 películas elegidas a dedo (y éstos son los verdaderos héroes del Festival). Así las cosas, sólo podríamos ver la Perla o la Oficial si una vez pasada la gran cola quedaban sitios libres en la sala, ya que, más allá de poder hablar en persona con la directora de esa película danesa, muchos más privilegios no teníamos. 
   Si había suerte, como digo, este selecto grupo de seguidores de François Ozon (en el peor de los casos) acababa entrando y tomando un asiento ridículamente inapropiado mientras musitaba con una desesperación floreciente el mantra "Es gratis, es gratis". Dependiendo de cuántas veces se hubiera proyectado la película anteriormente, una voz nos informaba entonces de que a ese pase y no a otro había acudido el director, el productor o algún actor que otro, y este personaje se levantaba y todos aplaudían (incluidos nosotros, aunque no viéramos un carajo). Luego se sentaba (supongamos que se sentaba), las luces se apagaban, en la pantalla aparecía, sí, la cortinilla, y el Jurado Joven prorrumpía en aplausos de incalculable valor rítmico desde varios puntos de la sala. Porque, como dijera ese cagalindres llamado Kurt Cobain, When the lights out/ It`s less dangerous/ Here we are now/ Entertain us. Y tal.

http://us-resp-media.s3.amazonaws.com/new_respectance/memories/2013/11/kurtcobain.jpg
Con ustedes, el primer indiepollas de la historia

   En una de esas memorables ocasiones, en las que los "otros" se giraban, buscaban nuestros iconoclastas rostros, y una vez localizados nos sonreían con despectiva ironía, la parte sensata del Jurado Joven vio Magical Girl, obra que poco después sería galardonada con la Concha de Plata al Mejor Director para Carlos Vermut y la Concha de Oro a la Mejor Película. Y obra que días después, en lo que suponía un reconocimiento aún más valioso, sería identificada como "la gran revelación del cine español en lo que va de siglo" por Pedro Almodóvar, que otra cosa no, pero de revelaciones entiende un rato.
   Lo mejor que se puede decir de Magical Girl, al margen de las palabras del auteur manchego (que suscribo con vehemencia), es que nunca antes se había visto cosa igual en cine español, ni en ningún otro género. Ya desde la poderosísima primera escena, antecesora de los créditos, se podían oír entre el público risas nerviosas e incautos "Esto no podía haber empezado mejor", y esta sensación de maravilla se obstinó en prolongarse durante las algo más de dos horas que Magical Girl acabó durando. Una maravilla meditabunda, serena, extraída de una historia que se contenta con desarrollarse sin prisa alguna, mirándose el ombligo con suficiencia, y apañándoselas para ser hipnótica hasta en sus tramos más flojos y alicaídos. Para ello, Carlos Vermut se vale únicamente de movidas tales como las elipsis, los paralíticos planos secuencia, unos actores que no podían haber sido mejor escogidos o, por sobre todo lo demás, un guión que es prodigioso en todas y cada una de sus facetas.

http://www.fotogramas.es/var/ezflow_site/storage/images/peliculas/magical-girl/11214032-3-esl-ES/Magical-Girl.jpg

   El libreto, escrito por el mismo Carlos Vermut (otrora dibujante de cómics), se estructura en torno a tres historias que paulatinamente irán entretejiéndose con precisión e inesperada lógica, mientras el espectador disfruta sin saber muy bien cómo de los diálogos que cada una de ellas ofrece; diálogos largos e impecablemente recitados que hacen gala siempre de un humor tan extravagante como inclasificable, de ése que igual, como decía el insigne Carlos Boyero (que en el Festival me deseó suerte en mi particular odisea periodística y FELIZ), sólo puede llegar a hacer gracia a los modernillos. En cualquier caso, es digno de estudio cómo Carlos Vermut juguetea con la tragedia y este humor tan negro, surrealista y absurdo, y luego se las apaña para mezclarlo todo con un arrebatador costumbrismo español, de ése de bares mugrientos y anegados en colillas en los que siempre hay algún sombrío parroquiano que gruñe: "Puta crisis". Vermut, así como quien no quiere la cosa, crea uno de los retratos de la realidad hispana más certeros y cercanos que se hayan hecho nunca, y lo inserta en una trama puramente noir cuyo McGuffin es el vestido (carísimo) de una heroína de manga. Espero tímidamente que con mis palabras podaís percibir una mínima parte de la acojonante genialidad de todo.
   La obra de Carlos Vermut es revolucionaria, inquietante, fresca, necesaria, y un hallazgo cinematográfico sin parangón ni paliativo. Y lo seguiría siendo aun cuando los actores no hubiesen sabido estar a la altura, o al menos es algo que trato de concentrarme en pensar sin éxito, ya que la exiquisita y portentosa dicción de José Sacristán no me lo permite. Cada segundo en pantalla de este hombre de impresionante presencia, que podría y debería ser el abuelo de todos nosotros, es un milagro. Es Humphrey Bogart perdiendo un avión. Es Marlon Brando sudoroso en camiseta de tirantes. Es la oscura mirada de Al Pacino cruzando una pierna sobre su sillón. Es Robert DeNiro aporreando la pared de su celda. Es Leonardo DiCaprio soportando estólido un nuevo académico desplante. Es cine.

http://www.relatoenmarcado.com/wp-content/uploads/2014/10/Jos%C3%A9-Sacrist%C3%A1n-int-e1366279778710.jpg?w=580
Fap fap fap

   Por otro lado está Bárbara Lennie, haciendo de una loca del coño adorable de atractivo inexplicable (como el de la propia película) a quien le toca tirar del carro en el tramo de la historia menos agradecido con direrencia y salir muy bien parada del empeño, regalándole encima a la cultura pop una estampa tan sencilla y poderosa como es la de su rostro inexpresivo y ensangrentado enmarcado por el pepinazo La Niña de Fuego de Manolo Caracol. Luego tenemos a Luis Bermejo, interpretando con naturalidad y ternura al españolito gris de la función, y finalmente a la encantadora Lucía Pollán, la auténtica Magical Girl. Estos cuatro constituyen un plantel heterogéneo y sólido, fagocitados completamente por sus personajes, y garantizan dos horas y pico de fascinación en vena.

http://img.irtve.es/v/2679542/
"¡Su nivel de molaridad es impresionante!"

   Quienes me conozcan, o conozcan este blog (que viene a ser lo mismo), reaccionarán extrañados a lo altisonante de mis palabras, así como a la escasez de pegas inscrita en ellas. Y no, Magical Girl no es un 10, ni siquiera es la mejor película que vi en el Festival de San Sebastián (tal mérito lo ostenta otra que, tristemente, es posible que ni siquiera acabe teniendo su propio artículo), pero quiero que la veáis. Quiero que la vea todo el mundo. Lo quiero enérgica, furiosamente. Magical Girl es una obra capital que, por angélicos recovecos de la vida, hemos tenido la suerte de que haya resultado ser española, de que haya salido de la mente de uno de nosotros, un hombre de talento llamado Carlos Vermut al que a buen seguro le gustaría hacer cosas más grandes aún, si le dejamos. Ya ha dirigido dos cortos cojonudos (Don Pepe Popi y Maquetas) y uno, Michirones, que es mejor que veáis después de Magical Girl o de los otros dos, para que se lo podáis perdonar. Y todo eso por no hablar de Diamond Flash, su flamante debú con el largo, una absurdez tan brillante como tróspida que, vista en retrospectiva, no es más que el muy prometedor germen de Magical Girl, y que por eso mismo merece la pena. Carlos Vermut, amigos. Apuntad su nombre. Quedaos con su cara. Su barba. Seguro que un día os lo encontráis por Malasaña y le podéis invitar a unas cañitas.
   Y ahora es la Fiesta del Cine, y una cita inexcusable tanto para cualquier amante del celulítico elemento que se precie como para cualquier orgulloso patriota. No me seáis e id a verla en masa a alguno de los tres o cuatro cines de España en los que la proyectan. O eso o, para la próxima vez, animaos y sed Jurado Joven. Al final la cosa no estuvo tan mal.

No hay comentarios:

Publicar un comentario