lunes, 16 de diciembre de 2013

Roll, Chigüetel, Roll


No sé si alguna vez habré dejado caer por éste mi diario de bitácora el hecho de que La Lista de Schindler, la obra maestra de su director, una de las películas más emocionantes, comprometidas y lacrimógenas de la Historia, sea considerada por mi humilde juicio, que no es humilde en absoluto, como un drama flojo, hinchado y, lo peor de todo, aburrido. Lo haya dicho por aquí antes o no, el caso es que tal opinión ya me ha granjeado agrias discusiones, toparme con gente que me ha dicho que estaba loco o era simplemente imbécil, incluso un camarada una vez me amenazó con, si no recuerdo mal, reventarme los testículos si no cambiaba de idea. Esto viene a cuento porque no he dejado de notar bastantes parecidos entre la obra maestra de Steven Spielberg y 12 años de esclavitud, de Steve McQueen, que, por cierto, es negro y no lo sabía y fue muy embarazoso cuando lo descubrí. Además, al igual que ocurrió cuando formé mi opinión sobre el drama judío, puede que la siguiente crítica suscite reacciones igualmente violentas. Yo qué sé, soy progre como el que más (el espectro de mis manías raciales se reduce a los chinos que venden cerveza, a los sudamericanos que cuelgan tutoriales en YouTube, y a los canarios), y antes de nada, aseguro que no tengo nada en contra ni de los judíos ni de los negros. El hecho de que me la traigan un poco floja, en términos cinematográficos, lo mal que lo pasaron en épocas pretéritas, no debería influirme a la hora de valorar objetivamente una película.
   12 años de esclavitud es, en resumidas cuentas, una obra fallida, y fallida en un modo que no supone ni dolor por expectativas desilusionadas, ni furia por haber visionado un truñete. Simplemente, falla a la hora de lo más básico que tenía que lograr un drama tan trascendental y tan bigger than life como el que presenta la historia real de Solomon Northup: lo que viene siendo el aspecto emocional, y no porque sus responsables no lo intenten. El problema es que intentan conseguir la emoción en base a dos cosas tremendamente simples y, sobre el papel, indudablemente efectivas, como son el sufrimiento físico y la banda sonora. ¿Y qué ocurre? Que para el que suscribe esto no basta. Como no bastó en La Lista de Schindler, y eso que ahí contaban con la espléndida banda sonora de John Williams, que deja a la altura del betún la aquí compuesta por Hans Zimmer (consistente prácticamente en un único y simplón tema que se repite, y se repite, y se repite, y se repite, sin lograr nunca nada). En cuanto al otro recurso, el sufrimiento físico, es de rigor decir que el director no se recrea más de lo necesario en la violencia, filmándola incluso con frialdad. Lo que pasa que son demasiados latigazos en dos horas de película, y demasiados planos de carne despellejada. Y, cuando el primer latigazo no ha conseguido conmover lo más mínimo, difícilmente lo harán los ochenta restantes. Exacto, lo mismo que pasaba con los tiros a la cabeza en La Lista de Schindler.

Este tío lleva años componiendo la misma banda sonora, y lo sabe

   El grave déficit emocional de la narración no debería ser tan llamativo si al menos se extrajera de un guión potente, o de una historia entretenida, con ritmo. Desgraciadamente, el libreto parte de una biografía que se reduce a eso, a 12 años de un tío pasándolas canutas, y poco se puede sacar de donde no hay. El ritmo es inexistente, y el conflicto dramático no pasa más que por el deseo de libertad del protagonista (como se obstina en dejar claro más o menos cada diez minutos de metraje), y por una pequeña subtrama del malo maloso con una de las esclavas, directamente sacada de La Lista de Schindler. Los únicos alicientes los acaba suponiendo el desfile de caras conocidas a lo largo de las dos horas largas que dura la película: Michael K. Williams (absolutamente desaprovechado), Paul Giamatti, Benedict Cumberbatch (que sale lo suficiente como para que nos dé tiempo a extasiarnos con su maravillosa voz), Paul Dano (haciendo de un tío tan pringao y miserable que acaba haciendo gracia), el que hacía de mariquilla en Mad Men y, cómo se me iba a olvidar, Brad Pitt, que con eso de que es productor se ha reservado el mejor papel: un tío súper enrollado que aparece sobre el final y que no puede decir cosas más bonitas y progres en más poco tiempo (soltándole, como ya hiciera en la comedia negra El Consejero, anteriormente reseñada, un rollo inmenso a Michael Fassbender). Todos estos actores están muy chupi en apariciones que más bien son cameos, porque, de eso no hay duda, la película pertenece a Michael Fassbender y a Chiwetel Ejifoor (no me lo puedo creer, lo he escrito bien a la primera... ah no, Ejiofor. Bah, a quién coño le importa, es un negro).

"Por última vez, maldita sea...YO-LA-TENGO-MÁS-GRANDE-QUE-TÚ"

  Sobre el primero poco que decir; como ya aseveré en mi crítica de El Consejero, es un portento de la madre naturaleza, y no sólo por el rabo que gasta. El magnetismo que desprende su personaje, que no deja de ser triste y patético, oséase, creíble, combinado con la inquietud que logra despertar, es algo casi por lo que merece la pena pagar. El otro, el Chigüetel, también es un actorazo, y es sólo gracias a él por lo que la película llega a emocionar mínimamente (hablo, por cierto, de la escena en la que canta Roll, Jordan, Roll), sin caer en hieratismos ni exageraciones, simple naturalidad. No le daba el Oscar, pero al menos sí le pagaba un agente que le recomendara cambiarse el nombre artístico. 
   Dejo lo mejor para el final, porque, como estaréis comprobando, 12 años de esclavitud, dentro de lo poco que me ha gustado, tiene bastantes cosas buenas. Y esto viene a ser el trabajo de Steve McQueen, quien, como ya demostrara en Shame (película inmensamente superior a la que nos ocupa, y no sólo porque Fassbender salga en pelotas), es un cineasta como la copa de un pino, de éstos que sí, que hacen planos larguísimos e incómodos como director alternativo que es, pero en los que puedes saborear, casi sin proponértelo, la magia del cine. De hecho, lo más probable es que el plano insoportablemente fijo que encuadra el semi-ahorcamiento (mierda, esto puede ser un spoiler, olvidad lo de semi) pase a la Historia del Cine. Si no, por lo menos debería. Qué cosa más original y más bien hecha. 

Si llegasteis a pensar que no haría ninguna coña estúpida con el nombre del director, me habéis ofendido gravemente

   Estoy seguro de que la película va a ganar muchos premios, y progresivamente tendré que irme mordiéndome la lengua cada vez que oiga o lea a alguien poniéndola por las nubes (como ya está sucediendo), así que ahora mismo aprovecharé y echaré el resto: 12 años de esclavitud ha llegado a aburrirme, sobra metraje, sobran personajes, sobran escenas de gente azotada, maltratada y violada, y no acaba llevando a ninguna parte. La esclavitud es horrible, vale. ¿Y?  Viendo Ego desencadenado, al menos, me lo pasé mejor. 
   Recomendada para todos aquéllos con más sensibilidad que yo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario